jueves, noviembre 23, 2006

Roger G. Janov - Terapeuta en terapias de reconciliación

Nadie hubiera sospechado hace tan sólo diez años que la psicología de familia adquiriría una nueva dimensión que desbancaría a todas las demás. Brotando con una fuerza expansiva que ha asombrado incluso a su propio creador, Bert Hellinger, las Constelaciones Familiares, o «colocar a la familia», es ya una realidad en el mundo de la psicoterapia de grupo desde su modesta aparición a mediados de los años ochenta.

Ahora hay ya al menos en Europa más de 150 profesionales formalmente acreditados que la practican, surgidos en poco más de una década, y eso que su propagación aún no ha llegado masivamente a América, lugar donde está ya alcanzando un modesto éxito. Indudablemente su triunfo se debe, no solamente a la eficacia de la terapia, sino a su relativamente sencilla aplicación y al entusiasmo inmediato que despierta entre los participantes.

Por ello, las Constelaciones Familiares merecen una mirada y una reflexión. Fundamentalmente, porque la satisfacción de sus clientes le concede el beneficio de la duda acerca de sus posibles efectos sanadores. Y además, porque aporta una perspectiva generalmente desestimada en las psicoterapias (y en la psicología en general), que reconoce la transmisión, a través de las generaciones, de conflictos, preocupaciones familiares y modos de comportarse que derivan en, o de alguna forma determinan, los problemas psicológicos actuales. Esta perspectiva «hereditaria» dicen que no depende de la transmisión genética, pero entonces no es posible explicarlo mediante otro método conocido hasta ahora. A falta de una hipótesis clara, de la exposición de sus autores se deduce que tal herencia posee más bien el carácter de una transmisión cultural. A tal perspectiva se le debe conceder la duda de su interés clínico, sin perjuicio de los reparos acerca de su validez o de la dificultad de comprobarla.

La idea de que los antepasados, su influencia, sus vivencias, son una parte importante en la vida de las personas, se encuentra extendida entre la mayoría de las culturas tradicionales del planeta, existiendo férreas tradiciones en América Latina, África, China y Japón, incluso entre las clases económicamente poderosas.

En la Europa antigua, el culto a los antepasados era también un elemento comúnmente aceptado, y por eso se erigían altares hogareños para tenerlos siempre presentes. La pervivencia de algunas fiestas paganas dentro del marco cristiano actual, como la celebración del Día de los Difuntos, nos recuerda que, aunque casi borrada de nuestra conciencia, el alma familiar sigue viva y presente. Sin embargo, debemos reconocer que en occidente en general, la figura de los difuntos familiares ya no tiene el peso de antaño, como tampoco la tienen los ancianos, ni siquiera para consultarles.

Una terapia eficaz

¿Cómo buscar causas de comportamiento en familiares desaparecidos, de los cuales apenas si guardamos unos someros recuerdos, mayormente por boca de nuestros padres? Aunque todos admitimos que los genes heredados nos forman nuestra identidad, resulta poco fiable describir el comportamiento de personas hace tiempo fallecidas. Al menos, nos faltará objetividad. Sin embargo, hay algo en estas terapias que las hace eficaces, especialmente si tenemos en cuenta la opinión de los participantes, aunque todavía no sabemos si los resultados quedan consolidados.

Normalmente las sesiones tienen el formato de seminarios de dos o tres días que permiten tratar grupos familiares distintos. Los participantes acuden movidos por el deseo de superar algún problema concreto, que puede variar por todo el espectro del malestar psicológico.

Los grupos de terapia son de entre 15 a más de 50 personas, existiendo diversas clases de asistentes a una reunión o seminario: los participantes o buscadores (clientes), los representantes, los simplemente espectadores y el terapeuta o coordinador. Los primeros, de a uno, irán exponiéndole al terapeuta el tema a «representar»: problemas económicos, dificultades en su pareja o en su familia, y problemas de salud tanto física como mental.

Cada participante intentará tener presente su árbol genealógico, porque el terapeuta comenzará a preguntarle sobre sucesos trágicos o conflictivos en su familia de origen. A lo largo de la jornada de trabajo, cada persona sale a exponer su caso y el terapeuta escucha a la persona y le hace las preguntas necesarias para aclarar la cuestión, incidiendo en aquellos temas que estén relacionados con la historia familiar (parientes excluidos, muertes prematuras, víctimas de conflictos, emigrados). En algunos casos, se elabora un genograma (gráfico que muestra los miembros que conforman la familia) para clarificar el esquema genealógico.

A continuación, el cliente elige de forma intuitiva entre el resto de los asistentes a los que representarán a los miembros de su familia, incluido él mismo, pues durante la configuración el interesado adopta un papel pasivo como observador externo de la escena.

Dispuestos en círculo y por turnos, cada participante expresa de viva voz y de forma muy breve en qué consiste tal demanda, para pasar inmediatamente a configurar a su familia (a colocarla, según la denominación original). Como hemos dicho, antes de empezar el coordinador o terapeuta del grupo se informa también sucintamente sobre la estructura de la familia, y de forma especial sobre eventos pasados relevantes que el cliente pueda recordar: fallecimientos prematuros, enfermedad mental, pérdidas importantes.

Representación ficticia

El terapeuta elegirá qué miembros de la familia serán representados primero y el participante elegirá entre el público a personas que representen a su familia e incluso a él mismo. El participante colocará a estas personas en el lugar y en la dirección que intuitivamente sienta. También se pueden elegir miembros o representantes que tengan que ver con el tema de la Constelación. Una vez colocados los representantes, se sienta y observa.

En la representación toman parte sin excepción los padres y hermanos, con frecuencia también abuelos, tíos u otros miembros cuya participación el coordinador juzga conveniente, y con independencia de si están o no con vida. Si es preciso, el proceso se remonta a cuantas generaciones el cliente pueda recordar. En ocasiones intervienen también personas no emparentadas o incluso circunstancias: puede elegirse un representante para una enfermedad o para la ocupación laboral de algún miembro, para un accidente acaecido, etc. Siempre que el coordinador lo considere determinante para la comprensión de una constelación familiar concreta.

Muy chocante resulta para el profano que todos los familiares fallecidos prematuramente, los bebés nacidos muertos, e incluso en ocasiones los abortos, deben estar representados en la constelación (en otro apartado se verá la razón de este proceder.) Una función especialmente importante la desempeñan también todos aquellos parientes que por algún motivo especial (alcoholismo, homosexualidad, crimen, enfermedad) fueron en su momento excluidos de la familia. También las parejas anteriores de padres y abuelos pueden ser representados, sobre todo si desaparecieron del panorama familiar por fallecimiento o por cualquier otra circunstancia forzosa o no deseada.

Una vez elegidos los participantes que actuarán en la configuración, y puestos éstos en pie, esperan a ser «colocados» por el interesado. Para ello, éste los empuja suavemente por la espalda hasta lograr para cada uno de ellos una determinada posición y orientación en la estancia. Cuando todos los representantes han sido colocados se observa una primera configuración de la familia, caracterizada por las posiciones relativas de unos miembros respecto de otros, y que se supone son la proyección de la imagen que el cliente tiene de ella.

Tras dejarle actuar unos segundos sobre los representantes, el coordinador pregunta a cada uno de ellos cómo se encuentra en esa ubicación y orientación concreta, lo que incluye emociones, sensaciones corporales y especialmente posibles tensiones percibidas. Esta pregunta está formulada en un sentido psíquico, puesto que los representantes deben expresar el puro sentir aquí y ahora, sin aderezarlo ni contaminarlo con explicaciones, razonamientos o justificaciones de ningún tipo.

Luego el coordinador explica los esquemas de funcionamiento del sistema que se está trabajando, pidiéndoles que actúen correctamente. Este es un proceso clarificador, en el que el cliente puede reconocer la realidad del sistema.

Allí se desencadena lo que Bert Hellinger denomina un proceso fenomenológico: los «sustitutos» (representantes) comienzan a actuar como las verdaderas personas, e irán diciendo lo que perciben y sienten, y guiados por el coordinador se moverán hacia posiciones más cómodas, e incluso el terapeuta podrá elegir nuevos representantes para distintos miembros de familias, vivos o fallecidos, o para sensaciones abstractas como una enfermedad, la muerte, el dinero o el amor, que vayan surgiendo en el acontecer de las representaciones familiares.

Como respuesta a este sentir, y siempre bajo la dirección del coordinador, la configuración inicial va cambiando poco a poco a través de reposicionamientos, hasta que se logra un grado de bienestar aceptado por todos. El proceso puede revelar que algún personaje importante fue omitido al inicio; en ese caso otros participantes son invitados a sumarse a la escena. Cuando se llega a la configuración final (lo que se llama la solución), el interesado (cliente) se incorpora tomando el lugar de su representante.

Los cambios que han sucedido y la imagen final de la familia suelen resultar altamente significativos para el cliente, que por lo general manifiesta sentirse finalmente aliviado y haber conseguido un importante grado de comprensión y de implicación con sus circunstancias familiares. Es frecuente que se sienta emocionalmente muy conmovido, pero no sólo él o ella. Sorprende la facilidad con la que intensas emociones e incluso lágrimas fluyen entre los propios representantes. La configuración de una familia se remata con la pronunciación de algunas frases sencillas, que poseen un cierto carácter ritual y que están encaminadas a clarificar relaciones. Se puede sugerir, por ejemplo, que una hija le diga a su madre (recordemos que estamos hablando de representantes y no de madres e hijas reales): «Yo sólo soy la hija, los problemas de tu matrimonio son cosa tuya», o que un hombre se dirija a la fallecida primera esposa de su padre: «Gracias a tu muerte he podido nacer yo y te honro por eso». La reacción de los otros miembros a la pronunciación de estas frases sirve para evaluar si sus contenidos son acertados, y si las tensiones se han aliviado.

El participante queda aliviado

Si ello es así, los cambios en la configuración habrán tenido un efecto positivo en el interesado. Todo el proceso puede durar entre 15 minutos y una hora. Aunque no es tan habitual, también es posible configurar la familia actual en lugar de la de origen siguiendo el mismo proceder.

A continuación, el coordinador puede proponer la creación de un nuevo tipo de imagen sanadora, situando a los representantes o a la persona de otra manera. El proceso sanador culmina con la reconciliación y la restauración del orden.

El desenlace de estas manifestaciones expresará los vínculos de amor y dolor que unen a las familias, pudiendo salir a la luz razones y secretos. Es entonces cuando aparece una «imagen-solución» donde existe un orden espacial básico, y en el cual todos los miembros (representantes) se sienten bien, lo que provoca un alivio para el participante y será el comienzo para la resolución de sus relaciones negativas existentes.

Para sintetizar lo dicho hasta ahora puede decirse que, según la idea general de las Constelaciones Familiares, cada miembro de una familia debe ocupar un determinado puesto respecto de los demás, en el que se sienta aceptado y respetado, y asumir las responsabilidades y funciones que le son propios (pero no más). En el transcurso de una Constelación Familiar, los lugares físicos que ocupan los representantes se consideran una metáfora de este orden familiar, o para ser exactos, de la imagen que el cliente tiene de ese orden. Así, la asunción terapéutica básica mantiene que, a través de las Constelaciones Familiares, esta imagen cambiará para bien, es decir, en la dirección de aliviar tensiones y distorsiones y procurando así un efecto sanador.

Roger G. Janov
Terapeuta en Terapias de Reconciliación

Publicado en la revista NATURAL